Es difícil pensar que la cumbre de Ginebra vaya a tener alguna consecuencia en sitios como el campo de refugiados sirios de Atma, a unos pocos kilómetros de la frontera con Turquía. En el lugar viven unas 30.000 personas. Las balas del conflicto no llegan pero tampoco el abastecimiento de comida y agua.
Por eso, muchas de la personas que están allí consideran que nada va a cambiar en sus vidas. “No tenemos esperanzas en la conferencia de Ginebra. Los que estamos en los campos no contamos, solo tenemos fe en Dios”, dice un hombre. Otra de las mujeres que se refugia en Atma expresa su angustia. “Estamos hartos de esto, estamos cansados, la muerte es más fácíl, pedimos la muerte, pero esta nos elude. Rezamos para morir y así escapar de esta hambruna y esta pobreza.”
Atma es el reflejo de la poca esperanza que tienen ya muchos sirios de que la comunidad internacional vaya a salvarles del abismo después de tres años de conflicto y 130.000 muertos.
Y las nuevas noticias solo alimentan el pesimismo. El diario The Guardian ha publicado un informe elaborado por tres fiscales internacionales que acusan al régimen sirio de torturar y matar a 11.000 personas.
El hijo de 15 años de una mujer fue uno de ellos. Le mandó a la compra y empezaron los enfrentamientos en la zona. Fue su marido quien le dijo que le había encontrado con la cara entumecida y asesinado.
Save The Children y otras organizaciones humanitarias han pedido que la cumbre sirva para proteger a los más pequeños. Calculan que once mil ya han muerto y que cuatro millones y medio necesitan ayuda.