¿Qué hay que hacer para poner fin a la escalada violenta en Venezuela? Es obvio que el imperio tiene un libreto, como lo advirtiera Chávez en la conferencia que brindara la noche del 10 de Diciembre del 2007 en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.[1] Un libreto que fue ensayado en otros países desde hace mucho tiempo: el caso más notable que de alguna manera fijó los parámetros de este inducido proceso de fascistización fue el Chile de Allende. Luego de esa pionera experiencia criminal el libreto se ha ido perfeccionando con numerosos ensayos perpetrados en otros países y tentativas de sistematización teórica, la más importante de la mano de Eugene Sharp y su equipo del Albert Einstein Institute, un nombre mentiroso como pocos para una institución dedicada a diseñar nuevas estrategias de “cambio de régimen” que apelan a supuestas vías “no violentas” para derribar a gobiernos insumisos ante los dictados de Washington. Los casos de Libia, Siria, Ucrania y ahora Venezuela ilustran didácticamente lo que quiere decir la expresión “no violentas” para los estrategas e intelectuales del imperio.
Es inocultable el hecho de que el sistema internacional está atravesando por una turbulenta fase de transición geopolítica global. En poco más de una década surgieron nuevos centros de poder económico y político al paso que el poderío global de Estados Unidos se ha debilitado. Sigue siendo, sin duda, la potencia militar más importante del planeta pero eso no le alcanza para ganar guerras, como sobradamente lo prueban los casos de Vietnam, Irak y Afganistán. Sus aliados son cada vez más vacilantes e inciertos; sus vasallos menos obedientes y sus adversarios y rivales cada vez más poderosos e influyentes. Washington pierde posiciones en Oriente Medio: fracasó en su intento de atacar a Siria, sus chantajes a Irán terminaron siendo inocuas bravuconadas y sus aliados históricos en la región, las reaccionarias teocracias del Golfo son amenazadas por el avance del jihadismo e Israel despliega, en algunos temas, un juego propio que paradojalmente transforma a Washington en su reluctante subordinado. En Asia Central el sentimiento antinorteamericano llega a alturas sin precedentes y en el Extremo Oriente la creciente gravitación de China aparece como irresistible y destinada a mover las placas tectónicas del sistema internacional.
Es en este cuadro de declinación imperial que hay que comprender la cruenta ofensiva sediciosa lanzada contra la Venezuela Bolivariana, sede de la mayor reserva de petróleo del planeta y, por eso mismo, un incontenible imán para un país que construyó un modo de vida y cimentó su supremacía planetaria sobre la base del irresponsable derroche de ese recurso. Tal como ocurriera en la década de los setentas del siglo pasado, cuando las derrotas en Indochina (Vietnam, Laos, Cambodia) desataron una contraofensiva que culminó con la instalación de dictaduras militares en casi todos los países de América Latina y el Caribe,