Alice Harris, había viajado al Congo, África, junto con su esposo el Reverendo John Harris, para apoyar en la tarea evangelista de la región. Con dolor y sin indiferencia alguna, la pareja había observado como el Imperio del soberano se había formado y le había hecho multimillonario gracias a la esclavitud y exterminio que hoy se contabiliza como más diez millones de nativos.
El rey en su afán de cubrir la demanda del caucho, que, tras la invención de los neumáticos las industrias automovilística y de bicicletas demandaba en grandes cantidades, formó un monopolio que imponía cuotas del producto, sin importar los métodos, pero que garantizara el envío de la mercancía. Los métodos son conocidos por su crueldad a tal punto que, si uno de los nativos se oponía, él o algún miembro de su familia corría el riesgo de recibir alguno de los atroces castigos, como la amputación de alguno de su miembros o incluso morir despedazados.