Nos encontramos en Ócsa, a 30 kilómetros de Budapest, en medio del campo, se alinean decenas de casas idénticas.
El gobierno de Víctor Orbán realojó, aquí, el año pasado a decenas de familias expulsadas de sus casas. Una mínima parte de todas aquellas que contrataron créditos en divisas extranjeras antes de 2008 y que son el símbolo de un drama nacional.
Hoy, un quinto de la población se encuentra presa de un crédito hipotecario que no puede pagar.
Ildiko y su familia se mudaron aquí hace apenas un año para evitar quedarse en la calle cuando les llegó la orden de desahucio.
Como tantas otras familias contrataron un crédito en francos suizos hace años.
El cambio con el forinto húngaro era favorable y pensaron que ¿por qué no aprovecharlo?
Un tercio de los cuatro millones de hogares húngaros firmó un préstamo en divisias, la mayoría en francos suizos, entre 2005 y 2008. Entonces, los intereses estaban en torno al 4% en euros mientras que en forintos el precio era más alto, cerca del 10%.
La devaluación del forinto a partir del inicio de la crisis duplicó su deuda, haciéndola imposible de asumir para la mayoría de ellas.
En 2011, el Gobierno puso en marcha un plan para que las familias más solventes, unas 170.000 personas, pudieran pagar la deuda pendiente de una sola vez a un tipo de cambio ventajoso.