En Kenia, seis días después de la masacre cometida en la universidad de Garissa, sigue la larga identificación de las víctimas. Decenas de familiares continúan esperando en las carpas instaladas junto a la morgue de Nairobi a que les sean por fin entregados los cuerpos para poder enterrarlos. Una espera mientras que se suceden las visitas de políticos, religiosos y organizaciones sociales.
Familias, la mayor parte de ellas, humildes. El Gobierno les ha donado los ataúdes y correrá con los gastos del transporte de los cuerpos hasta sus ciudades de origen.
“No tengo ninguna compasión con los terroristas porque yo dejé a mi hijo aquí para que se formara y ahora estoy esperando su cadáver. Invertí mucho en este chico, el colegio, el instituto y luego la universidad. Me ha costado mucho, incluso a sus hermanos. Lo di todo por él porque lo estaba haciendo muy bien”, señala un padre.
Mientras tanto las autoridades de Kenia han decidido congelar las cuentas de las personas sospechosas de