Cuando el capitán Popa se levantó temprano esta mañana, su hijo de siete años todavía dormía. Es un día gélido en el Mar Negro, y Ciprian Popa está de servicio vigilando la frontera exterior de la Unión Europea.
Rumanía está descubriendo un fenómeno completamente nuevo: pequeños botes atestados de inmigrantes se dirigen hacia Europa desde Turquía. El capitán Popa lo sabe. Por ahora son pocos, comparados con los que surcan el Mediterráneo. Pero su número no deja de aumentar.
Bajo la llovizna, Popa y su equipo se entrenan en interceptar estas embarcaciones. Lo de hoy es una práctica. Pero hace solo unos días, sucedió de verdad. En medio de la noche, nos cuenta, las olas eran altas, el viento frío se convirtió en una tormenta…
“Descubrimos una nave a la deriva, sin luces, sin luz de navegación”, recuerda Ciprian Popa. “Sin actividad humana a bordo…Después de diez minutos aparecen unas veinte personas: mujeres, hombres y un niño pequeño…después de dos o tres días en el mar ver a un niño sonriendo…eso me hizo feliz”.
El capitán Popa salvó, entre otras, la vida de Huner. El bebé había nacido hacía cinco meses en una tienda de un campamento de refugiados en Turquía. Su nombre significa Arte. Su padre, Ali, sueña con que su hija sea música. Cuando las bandas extremistas islámicas atacaron Kobane, al norte de Siria, Ali y su esposa embarazada abandonaron la ciudad. Ali pagó 6 000 euros para viajar de forma ilegal de Siria a Europa, de la guerra a la paz.
“Solo tengo 27 años, he visto la guerra, a hombres asesinados y a gente muriendo delante de mis ojos”, se lamenta Ali Kawa. “He visto cómo se quedaban sin piernas por los bombardeos en la frontera turca. Ver cómo se está muriendo un hombre al que conoces muy bien es muy difícil…es duro ver tu hogar destrozado, saltar por los aires en solo un momento…”
El abuelo y el padre del Capitán Popa eran sacerdotes, e intentaban salvar almas, Ciprius Popa intenta salvar vidas y atrapar a los traficantes de seres humanos.
Rescató a las setenta personas del bote, la mayoría procedente de Siria.
Entre ellos, Popa identificó a tres “facilitadores”, el término empleado para designar a este tipo de traficantes. Han sido arrestados y acusados de organizar el cruce ilegal del Mar Negro en plena tormenta, poniendo además a sus víctimas en peligro de morir ahogados.
La guardia de fronteras Madalina Zamfir coordina las acciones con Popa desde el centro de vigilancia de Constata:
“Nadie puede entrar en territorio de la Unión Europea sin ser detectado porque tenemos un equipamiento muy bueno con el que podemos descubrir incluso embarcaciones pequeñas de menos de veinte metros de eslora desde una distancia de doce millas”.
Mientras el capitán y su equipo acaban su entrenamiento de búsqueda y salvamento, repasamos un poco de historia.
El acuerdo Schengen, firmado hace treinta años, permitió la eliminación de los controles de las fronteras internas entre sus países miembros. Se reforzó entonces la vigilancia de las exteriores.
Irlanda y el Reino Unido decidieron permanecer fuera del espacio Schengen. En cambio, países como Chipre, Croacia, Bulgaria y Rumanía, que quieren entrar, tienen que esperar.
Deberán realizar antes reformas en profundidad del sistema judicial y continuar la lucha contra la corrupción y el crimen organizado.
Subiendo por el Danubio, un nuevo día comienza en Galati.
Las personas salvadas por el Capitán Popa encontraron cobijo en un campo de refugiados financiado por la Unión Europea.
Este hombre se marchó de Alepo, donde trabajaba como peluquero. Sus hijos continúan en Siria. Quiere que abandonen cuanto antes esa zona en guerra. “Los traficantes son unos grandes mentirosos”, asegura.
“Los traficantes turcos me enviaron fotos a mi teléfono móvil para que viera cómo era el barco, parecía de lujo. Me dijeron que el viaje por el Mar Negro, de Turquía a Rumanía, duraría solamente diez horas. Pero allí no había ningún yate, sino un bote medio podrido y sin comida; la travesía no fue de diez horas sino de 48.De repente, a mitad de camino de Rumanía, en medio de un Mar Negro revuelto, el jefe de los traficantes comenzó a darnos órdenes: no más teléfonos móviles, no más cigarrillos… ¡Nada! El ambiente se puso realmente tenso y amenazador. Y luego llegaron esas olas inmensas…”
Mientras le toman las huellas dactilares, el peluquero de Alepo nos habla de su madre católica procedente de Armenia; de su padre cristiano ortodoxo nacido en Siria; y de sus mejores amigos allá en casa, la mayoría de ellos musulmanes. Cree que los grupos islamistas radicales han acabado con su tolerancia religiosa, quizás para siempre.
Redes internacionales de tráfico de seres humanos explotan la angustia de la población civil, y se quedan con todo el dinero de los desplazados.
“Llegué a un acuerdo con ellos. Les daría 9 500 euros por llevarme de Turquía a Alemania. Para asegurarme de que llegaría a Alemania, dejé el dinero en manos de un intermediario. Una vez