Christian Vilela Falconí no recuerda quien le enseñó a dibujar. De niño aprendió a detenerse en lugares especiales, mirarlos por un rato y grabar las siluetas, colores y sus detalles. De ahí corría al papel para dibujar y así terminar ese ciclo que lo repitió durante casi toda su infancia. Recién en su adolescencia descubriría que se podía vivir de eso, que era posible ganarse la vida respirando pintura, literalmente.