Luis Fernando Iribarren, confesó a la policía que había asesinado a su tía. El motivo lo confesó ante el comisario del pueblo: estaba muy enferma, no soportaba verla sufrir, por eso decidió ponerle fin al dolor. Al menos, eso fue lo que contó. Y además, ante el juez, dijo: «Quería ayudarla a terminar con su sufrimiento y procedí a asfixiarla pero como no pude busqué otra forma. Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza».
Luis Fernando dijo que quería mucho a su tía abuela, y que se había convertido en su sostén cuando ella había enviudado. Él desde chico se quedaba en esa casa, lo hacía para ir al colegio porque sus padres y hermanos vivían en un campo, en la zona rural de Giles, en un paraje conocido como Tuyutí.
Luis para entonces tenía poco más de 30 años. Pero había algo que no le cerraba a los investigadores: ¿dónde estaban sus padres y sus dos hermanos? Primero, él contó que se habían ido a vivir a Paraguay porque tenían una deuda con un prestamista. Fue lo mismo que había repetido durante mucho tiempo, cuando en el pueblo le preguntaban por su familia. Pero después, tras varios titubeos, decidió contarle la verdad al juez de Mercedes Eduardo Costía. Los había matado a todos en 1986 porque «les tenía bronca».
El relato de Iribarren fue escalofriante. Recordó que fue en una noche lluviosa, que se había peleado con su padre. «Salí a la puerta a fumar y pensar como hasta las tres de la madrugada», confesó. En ese momento ingresó de nuevo a la casa rural, donde fue directo a buscar una carabina calibre 22 que utilizaban para cazar vizcachas. «Maldito el momento en el que entré y vi esa carabina», le diría al juez nueve años después.
Primero fue a la habitación donde descansaban Luis Juan Iribarren (49), Marta Langebbein (42) y María Cecilia (9). Los mató a tiros y golpes. Salió nuevamente al patio, donde fumó otro cigarrillo y pensó. Ya había parado de llover cuando regresó a la casa y entró en el otro cuarto, en el que dormía su hermano Marcelo (15), a quien mató de dos disparos. «Como quedó con los ojos abiertos, me senté en la cama, le cerré los ojos y le dije: Negro, ¿por qué te hice esto si yo te quería?», declaró en la indagatoria que prestó ante el juez de instrucción.
La noticia recorrió rápidamente el país. Todos hablaban de «El carnicero de San Andrés de Giles». Iribarren, incluso, habría intentado «jugar» con los sabuesos policiales. Primero les dijo que los cadáveres los había arrojado en un lugar, después en otro, hasta que finalmente les indicó un sector a metros del chiquero, el corral para los chanchos. En una fosa común había enterrado los restos de toda su familia. Un equipo de antropólogos forenses tuvo que trabajar varios días en ese sector de la finca.