Dooa, una niña de 5 años, sufre quemaduras provocadas por un misil lanzado por los yihadistas en el pueblo de Qayyara, en octobre, antes de las tropas iraquíes liberaran la zona a unos 50 kilómetros al sur de Mosul. Otros vecinos sufren aún las secuelas de los gases tóxicos que emanaron de aquellos ataques, unos cuatro de ese tipo de los que se tiene constancia.
“Sentí un fuerte olor cuando el misil cayó en mi jardín, era como el olor de un cuerpo putrefacto desde hace varios días. Las fuerzas de seguridad retiraron el misil pensando que los componentes químicos ya no hacían efecto y cogieron el misil con las manos sin protección alguna y sin que ningún especialista les dijera cómo hacerlo”, explica Sirhan Awwad, residente de Qaraqosh uno de los pueblos del valle de Nínive donde vive la minoría cristiana caldeo-asiria.
Las milicias de esta minoría descubrieron, el sábado, que la Iglesia de Qaraqosh fue utilizada por los yihadistas del grupo Estado Islámico para almacenar y fabricar explosivos.
Muchas de las gentes de esta zona se han desplazado hacia el Kurdistán iraquí.
“Nos extrañó que los yihadistas no hubieran destruido la Iglesia porque, en realidad, la utilizaron como fábrica”, explica Athra Kado, miliciano cristiano de las Unidades de Protección del valle de Nínive.
Los yihadistas disponen de drones para vigilar el avance hacia Mosul y lanzan vehículos bomba en dirección de las tropas, como está siendo el caso en la zona este de Mosul de al-Bakr que los soldados iraquíes intentan cercar.