Cantinflas marcó un estilo tremendamente personal y tan ampliamente imitado por otros cómicos que ha conseguido pasar a la historia del cine con honor y sus habilidades humorísticas resistir perfectamente el paso de los años. Su sola presencia en la pantalla bastaba para llenarla y para que la película cobrase interés, a pesar de que ni la dirección, ni los diálogos, estaban cuidados con esmero. Todo se confiaba a su buen hacer, a sus monólogos totalmente improvisados de los que siempre salía airoso y provocando la carcajada más espontánea. Era un extraordinario actor que daba la impresión de no actuar, de estar rodeado de amigos a los cuales quería hacer reír sin molestar a nadie.