Las cámaras de la policía británica nos sumergen en las entrañas del infierno, un infierno de muros ennegrecidos, muebles devorados por las llamas y desolación. Estamos en la torre Grenfell, o lo que queda de este edificio de 24 plantas de Londres. El 14 de julio, de madrugada, ardió como una antorcha. El mundo entero pudo ver las imágenes durante horas, mientras en su interior perecían al menos 80 personas.
Casi un mes después, decenas de expertos en identificación siguen recorriendo cada día este escenario de horror para tratar de encontrar hasta el más pequeño resto humano que les permita identificar a las víctimas.
“Es probablemente el caso más duro de identificación de víctimas con el que me he confrontado en 18 años. He estado en mucho casos, pero ninguno tan duro y exigente desde un punto de vista físico y emocional”, reconoce el sargento Alistair Hutchins de la Policía Metropolitana.
En Grenfell habitaba gente muy humilde. Estas viviendas sociales eran un mosaico de etnias y religiones. El polietileno, un revestimiento prohibido utilizado en su construcción, alimentó las llamas y propagó el incendio a gran velocidad.
“Estamos buscando yemas de dedos en todos los pisos de todas las plantas. Eso supone que los expertos tienen que trabajar de rodillas, con sus manos. Utilizan pequeñas palas para recoger los escombros y tamices de 6 milímetros para poder seguros de que recuperamos pequeños fragmentos de hueso, dientes o cualquier parte identificable del cuerpo humano”, explica el sargento Hutchins.
La recogida de restos durará al menos cuatro meses más con la esperanza de dar nombres y apellidos a todas las personas muertas en el desastre.