Aunque tenga un origen un tanto rebelde, un proyecto de creación del ácido más puro del momento de esta magnitud no se crea sin disciplina y rigor científico, por no hablar de un experto conocimiento de la química. “Una buena técnica de laboratorio es lo más importante cuando se quiere fabricar ácido, ya que los compuestos lisérgicos son muy delicados”, explicaba Scully. Trabajando en un laboratorio improvisado al estilo “Breaking Bad” en Point Richmond, California, la pareja de científicos cuidaba de que la luz no incidiese directamente sobre la fórmula o que la habitación mantuviera la temperatura adecuada con toneladas de hielo seco a la semana. En la década de 1960, los neurocientíficos creían que las drogas psicodélicas eran psicotomiméticas, es decir sustancias capaces de provocar en un hombre sano un estado semejante a la psicosis aguda, por lo que comenzaron a experimentar con estas sustancias en un intento de estudiar una mente psicótica. Tiempo después estos experimentos fueron abandonados cuando se comprobó que los efectos del LSD están de hecho muy alejados de la psicosis. Al igual que los neurocientíficos de ahora, Scully no estaba de acuerdo con la supuesta capacidad psicotomimética de su creación, y aunque no esperaba que el fármaco terminase usándose como tratamiento para trastornos mentales y emocionales, sí que esperaba que fuese usado para generar cordura en lugar de locura. “Estaba más interesado en lo que las personas sanas podían hacer con el LSD, como volverse más amables y ser más responsables entre sí, en lugar de que se utilizase en algún tipo de terapia”. Desafortunadamente, existe un protocolo que debe seguirse para tomar el ácido de forma correcta. Cuando no se sigue este procedimiento, el fármaco puede convertirse fácilmente en una detonante psicodélico que distorsiona la mente, el uso más extendido que tiene actualmente.