Bruno Da Silva fue uno de los objetivos a abatir. Sufrió grabaciones y fue perseguido. Acosado porque abrió su local frente a una de las discotecas de Bartolomé Cursach, el empresario que no quería que nadie le hiciera la competencia en la noche mallorquina. "Si hay un negocio pequeño que gana dinero va a hacer todo para molestarle", cuenta Da Silva. A él mismo le ocurrió una noche cuando los empleados de Cursach pusieron mesas frente a su negocio para que nadie pudiera acceder a él. La seguridad de Cursach se adueñó del espacio. Así eran las órdenes intimidatorias que recibían quienes trabajaban para el conocido como el capo de Mallorca a quien el denunciante describe como una persona discreta pero, también, oscura. En una de las discotecas de Cursach donde están en obras nadie habla del jefe: "Se cierran, es hermético. La ley del silencio". Aunque ante el silencio de sus súbditos aparece la rebelión testimonial de sus enemigos.
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