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¡Hola! Me llamo Valerie, y tengo 17 años. Esta es una historia de venganza sobre mi propia mamá. Ella me quitó el teléfono y reveló todos mis secretos. Y, cuando tuve la oportunidad de hacer lo mismo, ¡la aproveché! Pero ahora… estoy avergonzada: las cosas no salieron para nada como yo esperaba.
Cuando cumplí 16, conocí a un grupo de personas. La mayoría tenía 17 y 18 años, y eran asombrosos. Iban a fiestas todo el tiempo y hacían actividades de lo más increíbles, como ir al bosque en medio de la noche, lanzar unos cuantos fuegos artificiales ruidosos y esconderse de la policía cuando esta iba a investigar el alboroto. No sé si era cierto, pero me parecía muy emocionante. Además, el chico del grupo que tenía auto, Jonathan, era superlindo.
Imaginen mi emoción cuando lo seguí en Instagram y él también me siguió. Comenzamos a conversar y un día me invitó por fin a salir con su grupo. ¡Nunca había estado tan entusiasmada en toda mi vida! Fiestas constantes, salir a lugares extraños y hasta explorar lugares abandonados o reunirnos en la casa de alguien. Era genial, y creo que yo le gustaba a Jonathan.
Sin embargo, no duró mucho. Mis padres eran personas ocupadas, trabajaban todo el tiempo, así que tenía bastante libertad y podía hacer todo lo que quería. Pero yo nunca había salido demasiado, y ahora siempre me encontraba en otra parte. Pronto, mi mamá se dio cuenta. Una mañana me preguntó qué sucedía, y fingí que estaba apurada por llegar a la escuela: le dije que salía con amigos y me fui.
En otra ocasión, me pidió que quitara la ropa de la lavadora. Mientras lo hacía, ella tomó mi teléfono y revisó todo. Tenía historias de Instagram donde mis amigos y yo aparecíamos festejando, conversando sobre nuestros planes y haciéndonos bromas.
En cuanto terminé con la ropa, regresé a mi cuarto. Encontré a mamá sentada en la cama, con una cara severa, como lista para destruirme por completo. Después de una hora de gritos, papá llegó a casa. Nos vio discutir y simplemente se fue, no quería ser parte de eso. Mamá me quitó todo: mi teléfono, mi laptop, todo. Y esa no fue la peor parte: averiguó los números de los padres de algunos de mis amigos y les contó todo. Algunos no se molestaron porque, quiero decir, la mayoría tenía 17, pero el resto fue castigado. Había un par que estudiaban en la misma escuela que yo; cuando intentaba hablarles,