Buenos Aires, 7 jun (EFE).- (Imágenes:Julieta Barrera) Como un eco interminable, el sonido de las voces y los pasos se expande por las paredes del gimnasio de Guido Míguez. Ya no suena música desde los altavoces, los instructores dejaron de impartir sus clases y los vestuarios están vacíos. Ochenta días de cuarentena después, este espacio de más de 1.700 metros cuadrados sigue cerrado.
Edición: Ana Gabriela Santamaría.