Tras la invasión de Holanda, los Frank, comerciantes judíos alemanes emigrados a Amsterdam en 1933, se ocultaron de la Gestapo en una buhardilla anexa al edificio donde el padre de Ana tenía sus oficinas. Eran ocho personas y permanecieron recluidas desde junio de 1942 hasta agosto de 1944, fecha en que fueron detenidos y enviados a campos de concentración. En ese lugar y en las más precarias condiciones, Ana, a la sazón una niña de trece años, escribió su estremecedor Diario: un testimonio único en su género sobre el horror y la barbarie nazi, y sobre los sentimientos y experiencias de la propia Ana y sus acompañantes. Ana murió en el campo de Bergen-Belsen en marzo de 1945. Su Diario nunca morirá.
“Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas”
El 12 de junio de 1942, Ana Frank recibió un diario íntimo como regalo por su decimotercer cumpleaños. Hija de judíos alemanes, nació en 1929 en Fráncfort del Meno. Sus padres, Otto Frank y Edith Holländer, eran comerciantes. Su hermana tres años mayor, Margot, completaba la familia.
Cuando Ana tenía cuatro años, los Frank debieron escapar a Holanda, en medio de las crecientes medidas antijudías decretadas por Hitler en su país natal. Lograron asentarse en Ámsterdam, donde su padre fue nombrado director de Opekta, una compañía de preparación de mermeladas.
Algunos familiares permanecieron por más tiempo en Alemania. Dos de sus tíos consiguieron escapar a Estados Unidos, mientras que su abuela acabó mudándose con Ana y su familia. Fallecería en enero de 1942.
Los primeros relatos de Ana no son muy diferentes a los textos personales de una adolescente de nuestros días: vida escolar, amigos, familia y amor juvenil. Aunque Ana sentía que no existía alguien realmente íntimo entre sus amistades. Por eso, decidió que su diario sería su mejor amiga, y lo bautizó con un nombre: Kitty.
Desde el inicio, podemos notar la estremecedora realidad que se vivía en esa época. Ana cuenta las medidas que el régimen nazi había impuesto sobre la población judía: debían llevar una estrella de David; no podían viajar en tranvía, ni en auto y debían entregar sus bicicletas; tenían horarios limitados para hacer compras y no podían salir de casa entre las ocho de la noche y las seis de la mañana; tenían prohibida la entrada a teatros y cines y la práctica de deportes al aire libre; no podían entrar en la casa de cristianos y estaban obligados a ir a colegios judíos.
A principios de julio, mientras caminaban por la plaza de su barrio, el padre de Ana le habló por primera vez sobre la clandestinidad. Hacía más de un año que estaban llevando ropa, alimentos y muebles a la casa de otras personas. El plan era esconderse antes de ser encontrados por los nazis. Incluso iban a compartir su guarida con otra familia, los Van Daan. En total, serían siete personas.
Fue ahí cuando Ana escuchó las tenebrosas palabras de su padre: “Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas”.
Viviendo en el ostracismo
El 5 de julio de 1942,