No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.
El dicho le viene como anillo al dedo al líder de Unidas Podemos.
Pablo Iglesias, que está histérico viendo que los sondeos en las elecciones a la Comunidad de Madrid del 4 de mayo de 2021 le dejan en un pésimo lugar, intenta ahora presentarse como víctima de ataques de políticos y de medios de comunicación.
El último ejemplo lo protagonizó en la mañana del 23 de abril de 2021 cuando abandonó el debate de candidatos en la Cadena SER parapetándose en un pueril argumento, que VOX no había condenado la amenaza de muerte que había recibido por carta.
La afirmación del podemita era contraria a la realidad, ya que Rocío Monasterio sí condenó la violencia, pero al mismo tiempo arrojó ciertas dudas porque en ese momento el candidato no había interpuesto denuncia alguna.
Ya en la calle, en plena Gran Vía, y rodeado de periodistas, Pablo Iglesias lamentaba la supuesta campaña que se había lanzado contra él y contra Unidas Podemos:
La ultraderecha ya no nos señala ni tan siquiera como rivales ideológicos, como rojos. Me llaman rata, me llaman chepudo, van directamente al ataque personal, sin ningún tipo de límite. Esto hace un daño enorme a la democracia.
Sin embargo, Pablo Iglesias olvida como en julio de 2020, es decir hace menos de diez meses, era él quien abogaba por naturalizar el insulto.
Y no lo hizo desde la sede de su partido, sino que recurrió a la sala de prensa del Palacio de La Moncloa, en un uso y abuso chirriante de su condición como vicepresidente segundo del Gobierno socialcomunista:
Creo que hay que naturalizar que en una democracia avanzada, cualquiera que tenga una presencia pública, cualquiera que tenga responsabilidades en una empresa de comunicación o en la política, pues lógicamente está sometido tanto a la crítica como al insulto.