Me preguntan observadores y analistas de medios acerca del avance de la izquierda en América Latina, quizás limitando sus miradas a los cambios gubernamentales que sitúan a dirigentes de estirpe marxista en los gobiernos de Chile, México y Perú, o cuyo peso es apreciable en el debate electoral colombiano; para no mencionar las experiencias trágicas y mineralizadas de Cuba, Nicaragua y de Venezuela.