Los ositos dorados de Haribo cumplen cien años. Resulta difícil concebir una efeméride más encantadora. Llevamos ya un siglo de estrecha convivencia con esos coloridos plantígrados en miniatura que se elaboran con gelatinas de origen animal, la materia de la que están hechos los sueños. Las pastillas de goma, gominolas en España, gomitas en Andalucía o América Latina, wine gums o jelly beans en países anglosajones, son el orgulloso proletariado de las golosinas.
En 1920, el confitero alemán Hans Riegel, inauguró una tienda de caramelos bautizada como Haribo, abreviatura de su propio nombre, apellido y ciudad de origen (Bonn). Hans despachaba y repartía el producto con su bicicleta y contaba con una única empleada, su esposa Gertrud, que cocía azúcar y melaza en la rebotica. Tal y como explica Christian Bahlmann, vicepresidente de comunicación corporativa de Haribo, en una entrevista de la revista Smithsonian, “suele decirse que Apple nació en un garaje californiano, y los orígenes de nuestra empresa fueron bastante similares”.
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