Las Islas Feroe, con sus casi 50.000 habitantes, tienen un problema: el exceso de hombres. Las mujeres van al extranjero a estudiar, los hombres trabajan en el mar. Ahora hay cada vez más filipinas que optan por vivir en el Atlántico Norte.
Antonette saca su traje del armario. Todavía tiene que sacarle brillo a los botones plateados, como una verdadera feroesa. Porque en pocos días es el Ólavsøka, la fiesta nacional de las Islas Feroe. Esta mujer de 36 años es originaria de la metrópoli de Manila. Pero la vida en Filipinas era demasiado ruidosa, agotadora e insegura para ella. Antonette buscaba seguridad y hace un año se casó con Regin Egholm. Hace tres meses que nació su hija. La felicidad ahora es perfecta, aunque sea en el otro extremo del mundo.Antonette es una de las 200 mujeres filipinas que vive ahora en estas islas del Atlántico Norte. Lluvia en lugar de sol, pescado seco en lugar de frutas tropicales: la nueva vida en este rincón de Europa constituye un choque cultural para la mayoría. Y, sin embargo, Filipinas y las Islas Feroe comparten muchos valores: la familia, la fe y las tradiciones son importantes en ambas culturas.Estos valores a menudo son razón suficiente para que las jóvenes emancipadas de las Islas Feroe decidan no volver. La única universidad es demasiado pequeña, la mayoría de los hombres, demasiado anticuados. El resultado es que hoy viven en las islas alrededor de un 15 por ciento más hombres que mujeres. El gobierno del país trata de hacer las Islas Feroe más atractivas: nuevos cursos y más empleos están destinados a atraer a feroesas de regreso a las islas. Por el momento es el nuevo hogar de muchas mujeres filipinas. Forman la minoría étnica más grande en las Islas Feroe, seguidas de cerca por mujeres tailandesas.