Preferir no comer, aunque se tenga hambre, por sobreponer el tener un lugar donde vivir, aunque no esté en las mejores condiciones, no es una decisión fácil, muchísimo menos para una señora de 62 años que reside sola y depende no más que de la venta de botellas plásticas para mantenerse.
No es que Josefa González no quiera degustar un plato de arroz, habichuela y carne, calientito cuando raya el mediodía, es que ni siquiera tiene mesa, estufa, nevera o cualquier otro electrodoméstico, salvo una vieja lavadora.
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