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Al regresar a casa de la zona de combate, encontré a mi marido en compañía de su amante. El golpe fue aún más duro cuando me confesó que su infidelidad no se debía a mi ausencia, sino a mi falta de feminidad, así como a mi papel de militar. Aquella revelación me destrozó el corazón, llevándome a salir corriendo de casa angustiada. Alguien me hizo un cumplido desde el interior de un coche que pasaba, pero esa persona se enfrentó a mi agresividad, alimentada por la reciente agitación emocional. Le rompí la nariz.

La furia de mi marido aumentó debido a mi inesperado arrebato... ¡Acababa de golpear a nuestro vecino! Tras ese incidente, me echaron de mi propia casa. Abrumada por la culpa, intenté ayudar al desconocido herido. Aunque no me caía especialmente bien, noté en sus ojos que me veía como a una mujer.