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Mientras buscaba comida cerca de un cubo de basura, un lujoso coche se detuvo a mi lado y un hombre bien vestido declaró que la fortuna me sonreía. Curiosa y hambrienta después de días sin comer, acepté acompañarle en su coche, donde amablemente me ofreció comida y bebida. Sabía que habría que pagar un precio, pero mi hambre eclipsó mis preocupaciones.

Ordenó al chófer que nos llevara a su casa y me puse nerviosa durante el trayecto. Al llegar a su casa, me permitió amablemente refrescarme e incluso me mostró una selección de vestidos para que eligiera.

Inesperadamente, el ambiente cambió cuando mencionó que ya era hora de que le devolviera el favor. Comprendí sus intenciones y me negué firmemente, afirmando que yo no era ese tipo de persona, aunque no tuviera un hogar.