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Mientras estaba dentro de un probador, pillé a alguien mirándome furtivamente, que resultó ser un individuo adinerado, aunque espeluznante. El hombre se inventó la excusa de que quería que me probara un costoso conjunto de lencería que había comprado para su amada. La retorcida razón, en su mente, era que necesitaba ver cómo quedaba en el cuerpo de una mujer. Mi novio, sin embargo, se indignó por la indecente proposición y enseguida le echó.

Más tarde, cuando estábamos a punto de comprar un conjunto de lencería que me gustaba, me di cuenta de que andábamos cortos de dinero. En un arrebato, mi novio, me sugirió que se lo comprara al ricachón, por si estaba tan desesperada.

Esa pequeña interacción me llevó a reevaluar nuestra relación y su perspectiva sobre el dinero, así como mis propias prioridades.