Se sabe que la memoria sólo es fiable hasta cierto punto, bien sea por no recordar cosas que se saben, o por recordarlas incorrectamente. La identificación por parte de testigos en casos criminales es otro ejemplo de memoria no fiable, y recientemente se han producido cambios en el procedimiento penal en algunos estados y condados de los Estados Unidos. De las primeras 130 exoneraciones por ADN, 111, es decir, casi el 78%, fueron casos de identidad confundida. La continuidad de la memoria no es garantía de verdad, y la alteración de la memoria no es garantía de falsedad.
Hay una controversia importante respecto de los recuerdos falsos. Nuestro sentido de identidad, de quiénes somos y qué hemos hecho, está vinculado con nuestros recuerdos, y puede ser inquietante que eso sea cuestionado. La amnesia, la enfermedad de Alzheimer y el trastorno por estrés postraumático son ejemplos de pérdida dramática de los recuerdos, con efectos devastadores para el enfermo y para quienes lo rodean. Los recuerdos falsos también pueden ser traumáticos para cualquiera que esté involucrado, especialmente si no hay acuerdo en que el recuerdo sea falso. Las consecuencias se amplifican cuando el recuerdo en sí es chocante, como en el caso de los recuerdos de haber sufrido abuso en la infancia que salen a flote en la adultez.
Por lo tanto, en esos casos se hace imperativo no confiar solamente en la memoria, sino insistir en evidencia que pueda corroborar el hecho. Sin embargo, dicha evidencia, que puede apoyar o contradecir el recuerdo, puede no estar disponible o puede no ser definitiva. Dado que los recuerdos falsos pueden parecer tan vívidos y reales como cualquier recuerdo verdadero, se debe ir más allá para entender las formas comunes como aparecen, como errores en las filas de identificación o mala práctica terapéutica, y evitar esos errores. Por ejemplo, los estudios han mostrado que los recuerdos falsos pueden surgir a partir del efecto de información incorrecta.