Doris Taylor y su colega Harold Ott emplearon un proceso llamado descelularización para deshacerse de las células del corazón de las ratas muertas, dejando intacta la estructura de colágeno básica. Posteriormente inyectaron en ella células del corazón de ratas recién nacidas, alimentadas con una solución rica en nutrientes, y las dejaron crecer en el laboratorio. Cuatro días después, los corazones comenzaron a moverse. Los investigadores usaron un marcapasos para coordinar las contracciones y acoplaron los corazones a una bomba para que aportara fluidos y añadieron algo de presión para simular la tensión sanguínea. Ocho días después, los corazones comenzaron a latir. Como muchos investigadores, Taylor y sus colegas llevaban un tiempo trabajando en una terapia con células madre para intentar sanar corazones afectados por ataques cardíacos.