LEYENDA DE LAS TRES AMANTES
Heimdall dejó su puesto en Asgard
con el fin de recorrer la Tierra
como solían hacer los otros dioses.
Arribó a una cabaña donde halló
una pareja pobre pero respetable
que habitaba en las orillas del mar.
El dios declaró llamarse Riger
y aceptó la invitación que le ofrecieron
por tres únicos días, instruyéndolos
en sugestivas y agradables cosas.
A los nueve meses, Edda
dio a luz un bebé negro y rechoncho,
con fibra y maña para oficios duros,
quien ya grande, con esposa e hijos,
dio inicio a los siervos de la gleba
en los agrestes territorios nórdicos.
El dios se desplazó hacia el interior
y encontró muchas tierras cultivadas.
En una mansión amplia y sencilla,
levantada en una de las heredades,
descubrió comida en abundancia,
puesta por otra pareja hospitalaria
que gozosa lo acogió al llegar.
Después de mostrar valiosas prácticas
a sus segundos recientes anfitriones,
se retiró por donde había venido.
Nueve meses después nació un bebé
de ojos azules, forzudo y elegante,
que al espigar mostró desenvoltura
en empresas agrícolas y ganaderas,
siendo padre de la prole labradora
que colma de riqueza y esperanza
las montañas y valles más feraces
de tan próspera península europea.
Enseguida caminó hasta una colina
donde halló un castillo majestuoso.
Allí fue recibido por otro matrimonio
bien alimentado y de lujosos trajes,
que lo agasajó con suculentas carnes,
verduras frescas y exquisitos vinos.
Tras quedarse tres días junto a él
volvió de nuevo a su labor en Asgard,
mientras la dama sentía las punzadas
de su próximo y feliz alumbramiento.
Cuando grande, el heredero desplegó
un placer extraordinario por la caza
y diversas disciplinas marciales;
aprendió la lectura de las Runas
y realizó con valor muchas hazañas
que complacieron a su noble estirpe.
Al tomar como consorte a Erna,
doncella noble de sin par belleza,
dio hijos que fueron gobernantes
de los sabios y fuertes boreales;
el más joven subió feliz al trono
como rey inicial de Dinamarca.