Neil Harbisson percibía el mundo en blanco y negro hasta los 20 años como consecuencia de una acromatopsia con la que nació. A esa edad, gracias a una cámara implantada en su cerebro, todo cambió y por primera vez el color entró en su vida. Un tercer ojo electrónico le ayuda a hacer frente a su situación traduciendo cualquier color en notas musicales que escucha por vía ósea. Por ello, su vestimenta, llamativa por su variedad cromática, la escoge cuidadosamente en función del sonido que le transmite. La fusión entre cuerpo y electrónica le ha llevado a convertirse en el primer ciborg del mundo, y ahora, tras una larga lucha, ha conseguido que legalmente en su pasaporte se le reconozca como lo que es, un hombre cibernético. Para él, su caso es solo el primer paso del futuro, un futuro en que los humanos y las máquinas sean solo uno, y que a él, le ha permitido además dar unas notas de color a su vida.