Los argumentos en contra de la teoría de que la emoción es un proceso consciente, puesto en marcha por una respuesta periférica vegetativa y motora empezaron a surgir tras las observaciones de Walter Cannon, quien demostró que, en situaciones de emergencia, se produce una respuesta vegetativa y motora no específica, llamada ‘reacción de alarma’, tan estereotipada que no parecía probable que pudiera evocar toda la variedad de emociones que experimentamos.
Philip Bard, en 1928 y en el laboratorio de Walter Cannon, realizó lesiones controladas que eliminaban los hemisferios cerebrales y una parte de los núcleos profundos del cerebro, y observó que cuando la lesión preservaba la zona del cerebro denominada hipotálamo, se producía en el animal un cuadro denominado ‘falsa rabia’. Ésta se caracterizaba porque, de manera espontánea o como resultado de un estímulo cutáneo inocuo, el animal desarrollaba todos los síntomas típicos de un estado de cólera: erizamiento del pelo, arqueo del lomo, exhibición de dientes, extrusión de las uñas, midriasis, taquicardia, subida de presión arterial, etc. El nombre de ‘falsa rabia’ se debió a que pese a este aparatoso cuadro, el animal no dirigía su agresión a ningún objeto externo, y una rata podía estar a su lado sin ser atacada.
Cuando la lesión afectaba también al hipotálamo, la respuesta de falsa rabia no aparecía, aunque se observaban algunos elementos descoordinados de la misma. Todo ello sugería que el hipotálamo caudal, preservado en el primer caso, era imprescindible para la expresión de conductas emocionales coordinadas y que tal expresión era inconsciente e independiente de los elementos cognitivos conscientes de la emoción, que serían producidos por estructuras cerebrales más altas, incluyendo la corteza.