Vaya por delante que a los progres les gusta más el dinero que un chivo la leche.
Para comprobarlo basta que se fijen un poco en Zapatero, Bono, Ábalos, Blanco, Felipe González o Pablo Iglesias, el antiguo Coletas…
No hay uno sólo personaje del PSOE y aledaños que no se haya forrado, ejerciendo de comisionista, rascando a las multinacionales del IBEX o merced a sus turbias gestiones venezolanas.
No me sorprende la eclosión de millonarios rojos, porque el asunto viene de muy lejos, pero tiene gracia que sean los mismos que -al igual que Pedro Sánchez ahora- predicaban emocionados las austeras virtudes del socialismo.
Un socialismo que se basa esencialmente en tres reglas, que Luis Ventoso etiqueta en El Debate como la ‘Macroeconomía del Tontolaba’:
El dinero público no es de nadie.
Los empresarios son unos pérfidos explotadores.
Y la política económica consiste en freír a impuestos a la clase media.
Todo ello, gastando como si no hubiera mañana en subsidios para comprar votos, maquillando el paro inflando el empleo público y endeudando hasta el vómito a la Nación.
España es un país en quiebra, que sobrevive de momento con la respiración asistida de los Fondos Europeos.
Sánchez pretende vender la idea de que todo el mundo puede vivir del Estado, aunque es el Estado quien vive de todo el mundo.
Zapatero creó Podemos y algunos creyeron que la criatura chavista iba a devorar al Partido Socialista de toda la vida, pero basta analizar las encuestas o ver los debates del Congreso para comprobar que ha sido al revés.
El PSOE de Sánchez es el Podemos de Iglesias con corbata, asumiendo todo su sectarismo y su populismo peronista. Tienen, incluso, los mismos aliados, que son los proetarras y los golpistas.
La inflación, el paro y la pobreza son un drama para España, pero se han convertido en un negocio rentable para indeseables como este presidente del Gobierno.