Todo muy bananero. Un presidente socialista -tan largo como presuntuoso- ordenando pagar 28 millones de dinero público a un tal Broncano, para que el cómico se ponga a su servicio y haga la competencia desde TVE a Pablo Motos, que está de una cadena privada y es levemente crítico con el Gobierno Frankenstein.
¿Cuantas lanchas rápidas se podrían comprar con ese dinero, para que los agentes de la Guardia Civil dejen de ir en zodiacs de juguete a morir triturados por las potentes embarcaciones de los narcos?
¿Cuántos tratamiento contra el ELA?
¿Cuántos centros de atención primaria?
¿Cuántas becas?
¿Cuántas ayudas al alquiler?
De coña, pero la España de Sánchez es así y lo seguirá siendo mientras no echemos de La Moncloa a esta panda de maleantes.
A Sánchez le dio un ataque repentino de preocupación por el ladrillo en mayo del 2023, coincidiendo con las autonómicas y municipales, en las que la izquierda se llevo un revolcón antológico, y ahora sufre un rebrote de fiebre inmobiliaria, coincidiendo con las elecciones vascas y catalanas.
Entre medias, la vivienda se la ha sudado. Ni se ha acordado de ella, porque los problemas de los españoles se la traen floja y lo que realmente le interesa y ocupa su tiempo es garantizar la impunidad judicial y tener contentos a sus socios proetarras y golpistas, para que le dejen seguir usando el Falcón, vacacionar en Doñana y disfrutar del colchón que se compró con Begoña tras la moción de censura a Rajoy.
Ahora, como tenemos de nuevo elecciones, toca hacer otra vez el paripé.
Y ahí lo hemos visto, en Sevilla, inaugurando pomposo casas supuestamente protegidas, mientras los albañiles, desde los andamios de los edificios aledaños, lo ponían a caer de un burro.
Nosotros, mientras tanto, seguimos a la espera, no de que el jefe del PSOE y su cuadrilla den explicaciones sobre su pantagruélica corrupción, sino de que algún juez les meta mano.
A Francina Armengol, a Illa, a Marlaska, a Torres, A Ábalos, a ‘Choni’ Montero que algo oculta y sobre todo a la pareja Sánchez-Begoña.
Porque es una certeza que a ella -que ni es licenciada universitaria- le crearon una cátedra fake, enfocada a la captación de fondos públicos y privados, con excusas rimbombantes conectadas con la Agenda 2030.
Lo es también que, en ese chiringuito, figuran empresarios beneficiados de adjudicaciones del Gobierno socialcomunista, recomendadas por ella de puño y letra.
Y que desde ese tenderete, Begoña mantuvo tratos comerciales con empresas y directivos auxiliados luego por su marido desde el propio Consejo de Ministros.
Se ve a Sánchez muy nervioso, y entiendo que lo esté.
No tanto porque ya sabemos sobre la tentacular trama de corrupción que envuelve al PSOE y ha puesto a Begoña, la alegre conseguidora, en la diana, sino por lo que sabe él.
Y debe ser mucho.